martes, 2 de octubre de 2007

El halcón peregrino

El halcón peregrino

La precisión de la palabra escrita tiene poder hipnótico:

“Cuando bate de par en par, es desmedido; cuando sacia el hambre, va presto; cuando ataca, daña; cuando pica, hiende; y cuando hace presa; se harta.”

Le debo esta frase perfecta a la traducción de un tratado de caza árabe. Eso tan fulgurante, mortal y traidor que menciona, eso que bate, hiende y va presto, es el halcón gerifalte. La frase citada está en el mismísimo centro del libro, y me complace pensar que es su secreto apogeo.


El tratado de cetrería es una excusa para que el escrito francés Pierre Michon cree una frase soberbia, centro y culminación de su ensayo. Su alabanza es concisa y elegante. No son necesarias más palabras.

La imagen de un halcón gerifalte es magnífica en sí misma y me lleva a otra de un halcón peregrino. Imagino sus movimientos. Son escasos, eléctricos. El halcón aparece de la mano enguantada de una noble centroeuropea en la visita que hace a una dama americana. El triángulo lo completa un marido alcohólico, celoso de la brutal ascendencia que el ave ejerce sobre su dueña. Sobre este triángulo se superpone el juego de ambigüedades de la doncella con su marido y el chófer de los visitantes. Un tercer triángulo involucra al narrador, a la anfitriona y al omnipresente halcón. La superposición de las tramas es sutil.

El libro de Michon despierta la curiosidad intelectual, el de Glenway Wescott tiene magia. Cierro con una cita a esta última obra:

La humanidad tiende al histrionismo, preocupándose en ensayar con todo detalle cada arrebato de pasión, de manera que la mitad de nuestra vida no es más que una difusa y tormentosa ficción.

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